miércoles, 28 de abril de 2010

Desempleo: el problema crónico de España

El paro constituye la principal preocupación de la ciudadanía española. Exceptuando ciertas privilegiadas minorías de los ámbitos empresarial y gubernamental, es difícil encontrar hoy una familia que no tenga alguno de sus miembros sometido por alguna forma de precariedad laboral. Cada vez hay más hogares donde, aunque los ingresos de los cabezas de familia permitan vivir con desahogo, los hijos están en paro y no encuentran un terreno sólido sobre el que asentar un proyecto de desarrollo y emancipación personal.En los casos más lacerantes, el desempleo afecta a quienes son la fuente principal de ingresos, configurando una amplia gama de situaciones de precariedad, pobreza y desarraigo social.


Esta descripción de la situación social que late tras las cifras del desempleo publicadas en abril de 2010, fue escrita ocho años atrás, el Primero de Mayo de 2002. No se trataba de una predicción económica, sino del preámbulo al Diccionario del paro y otras miserias de la globalización publicado en ese año. El hecho de que sigan teniendo plena vigencia hoy demuestra que el artefacto del empleo sufre, especialmente en España, una avería estructural que no es posible reparar con las herramientas al uso. Así que me remito a transcribir el resto del texto. Quien quiera entender, entienda.

A estas alturas del experimento neoliberal iniciado hace tres décadas, la insoslayable evidencia permite anotar entre sus méritos el haber configurado un modelo de sociedad donde la gente no puede contar ya con la seguridad de un empleo fijo. Circunstancia que admite diversas interpretaciones. En términos macroeconómicos, un millón de desempleados no es más que una cifra inscrita dentro de un conjunto general de números susceptibles de toda clase de especulaciones metafísicas. Mas quien se atreva a descender a los infiernos de la microfísica humana se encontrará con un millón de dramas personales.

Los gobiernos que aplican a rajatabla el catecismo neoliberal practican de forma deliberada una política de avestruz. Prefieren refugiarse en la premisa ideológica de que el paro es el resultado de una opción voluntaria de cada individuo. Según la ortodoxia doctrinal de moda, el mercado tiene una capacidad cuasi infinita para ofertar empleos —sobre todo de carácter degradante— y si alguien los rechaza es su problema. Por lo tanto, no es necesario mantener un sistema público de protección en caso de desempleo. La acción gubernamental debe limitarse al desmantelamiento del Estado del Bienestar y al continuo maquillaje estadístico del censo de desempleados.

Claro está que, además, hay que convencer al pueblo soberano de que, gracias a esa política, vivimos en el mejor de los mundos. Es sabido que la dominación se ejerce fundamentalmente a través del poder del látigo, pero este poder se refuerza de manera notable cuando, tras el latigazo, se le hace creer al azotado en las virtudes de la fustigación.

Por ello, para disimular la flagrante antinomia existente entre el interés general y la acción del gobierno, sus voceros difunden un discurso construido a base de patrañas. Así, cuando se dictan medidas que favorecen a los depredadores de la riqueza social, el discurso políticamente correcto no tiene el menor reparo en adscribirlas a la benemérita política de creación de empleo. En consecuencia, los decretazos que recortan o anulan los subsidios de desempleo habría que entenderlos como una salutífera expresión del principio «quien bien te quiere te hará llorar».

Este discurso bastardo se estructura a través de una serie de falacias de gran efectividad propagandística. Resulta asombroso ver cómo se silencia el auge de la estrategia empresarial de reducciones de plantilla, mientras que, con el mayor descaro, se vincula el desempleo con la vagancia.

La gente es mucho menos tonta de lo que se podría deducir escuchando a los ministros. Cada cual sabe dónde le aprieta el zapato y no se cree gran cosa de lo que dicen los partes oficiales. Sin embargo, no siempre se tiene a mano la respuesta adecuada para desmentir cada elemento del caudaloso torrente de majaderías ideológicas.

El Diccionario del paro... es una herramienta destinada a desmontar (o deconstruir) esa espuria estructura discursiva. Su diseño se inspira en el mismo concepto que los juegos de llaves de bocas múltiples utilizados para actuar sobre aparatos mecánicos. De manera similar, esta colección de dicciones permitirá al usuario «aflojar las tuercas» del cuento neoliberal de la lechera con relativa facilidad y autonomía.

La diversa índole de las categorías terminológicas incluidas en la obra, así como la convivencia de voces españolas y extranjeras, conforman un conjunto heterogéneo que tal vez resulte poco grato a los amantes de la pureza lingüística. No obstante, refleja el mestizaje característico de los tiempos que corren. El punto de partida es la serie de términos económicos y políticos asociados a la esfera del trabajo. Asimismo, dadas las implicaciones medioambientales del incremento de la actividad industrial, que algunos consideran un remedio contra el paro, se incluyen también términos procedentes de la física o la ecología.

Y como no podía ser menos en un mundo sometido a la división transnacional del trabajo, el «juego de voces» de nuestra herramienta ha sido adaptado para dar respuesta a los diferentes calibres de las mentiras ideológicas que arman el discurso de la globalización neoliberal.

Debe quedar claro que esta obra no constituye un diccionario de lamentaciones, sino que su polivalencia se refuerza con la serie de entradas destinadas a desarmar también los discursos del pesimismo, de la resignación y del abandonismo. Por ello, se han incluido ciertas voces que nos recuerdan que en la peripecia humana no hay mal que cien años dure, y que en su momento la clase obrera supo dotarse de instrumentos de respuesta contra la injusticia.



martes, 20 de abril de 2010

Bancos de 16 países apoyan la fabricación de las mortíferas bombas de racimo



Las bombas de racimo o fragmentación, también conocidas como bombas clúster, son altamente peligrosas y mortíferas para la población civil. La ONU calcula que han matado y herido a más de 10.000 civiles en los últimos 40 años, un 40% de ellos niños. Al terminar los conflictos muchas de estas bombas quedan escondidas en el suelo sin explotar. Un total de 146 entidades financieras de 16 países han invertido y asesorado a fabricantes de bombas de racimo. Entre ellas, Bank of America, JP Morgan Chase, Goldman Sachs, Deutsche Bank y HSBC, Citigroup, Calyon, Barclays, State Street, Capital Group, BlackRock, Temasek Holdings, Vanguard Group, UBS, Credit Suisse y Vontobel.



Un total de 146 entidades financieras de 16 países han invertido y prestado servicios por valor de 43.000 millones de dólares (más de 30.000 millones de euros) a siete empresas fabricantes de bombas de racimo entre 2007 y 2009.

Así figura en el informe "Inversiones mundiales en bombas de racimo: una responsabilidad compartida", el más exhaustivo hasta la fecha sobre gastos globales en estas armas realizado por la Coalición de Municiones en Racimo, IKV Pax Christi y Netwerk Vlaanderen, según ha informado la ONG Setem, miembro en España de la Red Internacional BankTrack.

De estas 146 entidades financieras, 44 son de países que han firmado la Convención sobre Bombas de Racimo (que entrará en vigor el próximo 1 de agosto), 31 son de la UE y 16 tienen su sede en cuatro países que han firmado y ratificado la Convención, entre ellos España.

El informe subraya que, al igual que las minas terrestres antipersona, el coste humano y económico de las bombas de racimo está sobradamente probada. De hecho, la ONU calcula que estas armas han matado y herido a más de 10.000 civiles en los últimos 40 años, un 40% de ellos niños, y la cifra continúa creciendo porque el efecto de estas bombas no termina cuando concluyen los conflictos, ya que muchas quedan sin explotar y escondidas en el suelo.

A pesar de ello, el informe denuncia que las principales entidades financieras del mundo siguen financiando a los siguientes fabricantes de bombas de racimo y componentes: Alliant Techsystems ATK, L-3 Communications, Lockheed Martin y Textron (EEUU); Hanwha y Poongsan (Corea del Sur), y Singapore Technologies Engineering (Singapur).

El trabajo incluye una "lista negra" encabezada en el capítulo de banca de inversión que ofrecieron servicios de inversión financiera a fabricantes de bombas de racimo por Bank of America, JP Morgan Chase, Goldman Sachs, Deutsche Bank y HSBC.

Entre las entidades que concedieron préstamos a empresas que fabrican bombas de racimo están Bank of America, Citigroup, Goldman Sachs, Calyon y Barclays, y en el apartado de gestión de activos financieros sobresalen State Street, Capital Group, BlackRock, Temasek Holdings y Vanguard Group.

Por el contrario, en la "lista blanca" están 21 entidades financieras con políticas de rechazo contundentes, que además son de países que han firmado la Convención: cinco fondos de pensiones gestionados por Noruega, Irlanda, Nueva Zelanda y Suecia, tres entidades de Banca Ética (entre ellas Banca Popolare Etica y Triodos Bank) y 13 entidades privadas.

Las bombas de racimo o fragmentación (BASM por sus siglas en inglés), también conocidas como bombas clúster, son altamente peligrosas y mortíferas para la población civil a la que merman incluso años después de haber sido utilizadas en un conflicto armado.

Creadas en Chile durante la década de los 70, están compuestas por un contenedor –un obús, misil o cohete– que resguarda hasta 650 bombas de pequeña talla (submuniciones). Cuando el contenedor dispara, las municiones se dispersan un amplio radio y explotan al impactar en la tierra.

Sin embargo, 3 de cada 10 no estallan durante el primer impacto, con lo que se convierten en minas antipersonas que pueden explotar en cualquier momento en los años venideros. Según la organización Handicap International, 9 de cada 10 de sus víctimas son civiles.

miércoles, 14 de abril de 2010

14 de abril: aniversario de la II República Española




CONSTITUCIÓN DE LA II REPÚBLICA ESPAÑOLA

[...]

Artículo 44.

Toda la riqueza del país, sea quien fuere su dueño, está subordinada a los intereses de la economía nacional y afecta al sostenimiento de las cargas públicas, con arreglo a la Constitución y a las leyes.

La propiedad de toda clase de bienes podrá ser objeto de expropiación forzosa por causa de utilidad social mediante adecuada indemnización, a menos que disponga otra cosa una ley aprobada por los votos de la mayoría absoluta de las Cortes.

Con los mismos requisitos la propiedad podrá ser socializada.

Los servicios públicos y las explotaciones que afecten al interés común pueden ser nacionalizados en los casos en que la necesidad social así lo exija.

El Estado podrá intervenir por ley la explotación y coordinación de industrias y empresas cuando así lo exigieran la racionalización de la producción y los intereses de la economía nacional.

En ningún caso se impondrá la pena de confiscación de bienes.


Artículo 46.

El trabajo, en sus diversas formas, es una obligación social, y gozará de la protección de las leyes.

La República asegurará a todo trabajador las condiciones necesarias de una existencia digna. Su legislación social regulará: los casos de seguro de enfermedad, accidentes, paro forzoso, vejez, invalidez y muerte; el trabajo de las mujeres y de los jóvenes y especialmente la protección a la maternidad; la jornada de trabajo y el salario mínimo y familiar; las vacaciones anuales remuneradas: las condiciones del obrero español en el extranjero; las instituciones de cooperación, la relación económico-jurídica de los factores que integran la producción; la participación de los obreros en la dirección, la administración y los beneficios de las empresas, y todo cuanto afecte a la defensa de los trabajadores.

[...]
Texto Constitución II República española, 14 de abril de 1931


Himno de Riego

viernes, 9 de abril de 2010

Paradojas del crédito

Millares de pequeñas y medianas empresas han cerrado en España desde que empezó la crisis. Uno de los mayores escollos para continuar con su actividad ha sido el cierre del grifo del crédito por parte de la banca. Algo parecido ocurre en el ámbito familiar, donde prácticamente no se conceden préstamos o hipotecas. Sin embargo, el ex ministro y ex presidente del Gobierno Balear Jaume Matas, imputado por un juez por el presunto delito de enriquecerse de forma ilícita, ha obtenido el credito necesario para presentar ante el juzgado los tres millones de euros de fianza que le han evitado ir la cárcel. ¿Saben cuántos microcréditos habrían podido concederse con esa suma a los emprendedores de los países pobres?


Durante los dos primeros meses de 2010, 15.566 pequeñas empresas se han dado de baja de los ficheros de la Seguridad Social por falta de actividad, lo que supone que cada día cierran 264 empresas. Desde que comenzó la crisis, unas 141.000 empresas han desaparecido.

Uno de los mayores escollos con los que han topado las pequeñas y medianas empresas para continuar con su actividad ha sido el cierre del grifo del crédito por parte de la banca. Conseguir liquidez para afrontar nuevos proyectos, expandirse, pagar o refinanciar deudas es uno de los problemas a los que se enfrentan a diario numerosas empresas españolas. Grandes, medianas y pequeñas. De todos los sectores, sin distinción. La falta de recursos económicos unida al fuerte deterioro económico y del consumo, han llevado a muchas de estas compañías a echar el cierre.

Y lo mismo sucede en el ámbito familiar. En los años de bonanza, los bancos y cajas concedían a casi cualquier cliente una hipoteca por el 100% del valor de la vivienda que pretendía comprar. Y de paso, le ofrecían dinero para hacer un viaje o reformar el piso. Con lo que muchísima gente se endeudó por encima de sus posibilidades. Pero a raíz de la crisis, los bancos cerraron también el crédito a los particulares. Una situación que sufren especialmente los jóvenes, aprisionados dentro de un círculo vicioso: no encuentran empleo, y si lo encuentran es precario en sus condiciones, indecente en el salario y temporal en su alcance. En estas condiciones, los bancos no les van a conceder un préstamo, con lo cual no se pueden emancipar y siguen condenados a vivir dentro del hogar paterno. Condenando de paso a sus progenitores a alimentar y aguantar a sus ya nada tiernos retoños sine die.

Esta situación contrasta con la de Jaume Matas, imputado por un juez en un proceso que trata de averiguar la procedencia de unos ingresos desorbitados que le permitieron amasar --por medios presuntamente ilícitos-- una considerable fortuna durante el tiempo que estuvo en el cargo de presidente del Gobierno de la Comunidad Balear. Las sospechas del juez son tan graves, que impuso al ciudadano Matas una fianza de tres millones de euros si quería evitar entrar en prisión preventiva.

Esta cantidad, que para la mayoría de asalariados de este país,
sería impensable reunir, resulta una minucia para el ciudadano Matas. Quien depositó la cantidad en la medianoche del miércoles, 24 horas antes del plazo exigido por el magistrado José Castro. La operación se efectuó a través de 1,5 millones de euros procedentes del Banco de Valencia y otros 1,5 millones transferidos por Caja de Arquitectos.

Fuentes cercanas a los gestores de la operación subrayaron a El Confidencial que el ex líder del PP en Baleares presentó garantías personales e hipotecarias "suficientes" que superan ampliamente el importe del crédito.

Una operación de presunto apalancamiento presuntamente perfecta: el dinero para evitar la cárcel ante la sospecha de poseer dinero ilícito, procede de los bienes presuntamente comprados con ese presunto dinero ilícito. Y perdonen la redundancia de tantos ‘presuntos' en un párrafo, pero es que a un ciudadano de a pie, la Justicia le puede buscar las vueltas por no haber respetado la presunción de inocencia que tiene todo ciudadano, aunque apeste a chorizo, que no es precisamente presunto portugués. Hablo de la Justicia española, naturalmente, esa misma que ha dejado irse de rositas a notorios defraudadores y corruptos por defectos de forma procedimental.

A todo esto, la Reina Sofía ha participado en la Cumbre Regional del Microcrédito para África y Oriente Medio, en Kenia. La consorte del Jefe del Estado español se ha declarado firme defensora de este sistema de microfinanzas como instrumento útil para mejorar las condiciones de vida de millones de personas sin recursos. Un sistema preconizado por el economista Muhammad Yunus, un banquero y economista de Bangladesh promotor del concepto de microcrédito, galardonado con el Nobel de la Paz.

Yunus considera a la Reina Sofía "la mejor embajadora de los microcréditos en el mundo". Con tal liderazgo, España ha concedido dos millones de estos pequeños préstamos en los últimos doce años, por valor de más de 600 millones de euros. A la vista de la eficacia financiera de Matas, deberían haber pedido su colaboración.



sábado, 3 de abril de 2010

El arte de caminar



Caminar se ha puesto hoy de moda entre nosotros, habitantes de los países pletóricos de una riqueza mal repartida. Mover las piernas, dicen los galenos, es bueno para disolver esas grasas malignas que la vida sedentaria acumula en las arterias. Quizá por ello, es mucha la gente que sale ahora al campo a practicar el senderismo. Deporte que ha arraigado con fuerza, a juzgar por el auge de los negocios surgidos en torno a él: desde los comercios que venden artículos ad hoc a las agencias organizadoras de caminatas para aquellos que no saben andar solos por el campo.



Caminar es a todas luces una actividad saludable. Lo que resulta algo chocante es que haya tenido que ser una moda deportiva la que mueva a las gentes a recuperar algo que reside en la propia condición humana: la capacidad de andar erguidos. El bipedalismo, rasgo anatómico diferencial de nuestra especie, impulsó a los homínidos precursores a descender de los árboles. Y sería caminando, sobre todo, como la especie humana logró expandirse por las vastas regiones del planeta.

Hoy, en la vieja Europa y la no tan joven América del Norte se camina por deporte, mientras que en el resto del mundo se camina por la más perentoria necesidad. En la mayoría de los países africanos, una mujer, descalza o precariamente calzada, ha de emprender a diario largas caminatas por un pedregoso sendero para aprovisionarse de agua. La gran paradoja del mundo globalizado se pone de relieve cuando los pasos de la mujer abrumada bajo el peso del cántaro se cruzan con los de una grey de turistas que transitan, ataviados con bizarra indumentaria aventurera, por ese mismo sendero, bajo la égida del guía de alguna de las agencias organizadoras de recorridos exóticos para el senderismo postindustrial.

“Al andar se hace el camino”, dice el poeta. Caminar implica la existencia de vías por las que discurren nuestros pasos. Conforme con el principio de que es la función la que crea el órgano, el trazado de estas vías tuvo su origen en el concurso de sucesivos caminantes pisando las huellas dejadas por los anteriores. Y los primeros siguieron las huellas de las pezuñas de otros seres que, aun no siendo humanos, eran tan animales como nosotros.

Confieso que me invade cierta emoción siempre que transito por alguna de esas atrevidas rutas que posibilitan cruzar las montañas a través de los viejos puertos. Un punto crucial se encuentra en el nudo formado por los pasos de Port Bielh, la Glera o Gourgutes, Picada, Montjoie y Escalette, que constituyeron el principal enlace entre los valles pirenaicos de Arán, Benasque y Luchon antes de la llegada de los transportes motorizados. Por estos puertos han transitado caminantes de toda condición: arrieros, pastores, peregrinos, contrabandistas, guerrilleros y, por supuesto, sus perseguidores: guardias y carabineros. Tuve la suerte de leer por primera vez
Walking, de Henry David Thoreau, justo al regreso de una travesía por estos altos collados, cuando Antonio Casado da Rocha me hizo llegar el manuscrito de su magnífica versión de este libro que nos habla del arte de caminar.

Defiendo con ardor la necesidad de conservar y mantener los antiguos caminos. Pero no puedo evitar cierta grima al enterarme de los propósitos de algunas autoridades competentes, como este que cito textualmente: “El Consell Comarcal de la Alta Ribagorça se planteó la recuperación de caminos tradicionales de la comarca, con el objetivo principal de valorizar el patrimonio natural e implicar a los agentes turísticos de la comarca en su difusión y comercialización. En definitiva, se trata de una apuesta para la diversificación y mejora de la calidad en la oferta turística basada en el aprovechamiento de los recursos naturales con un planteamiento sostenible”.

Gran parte de los senderos recuperados con ese espíritu mercantil pierden su carácter en beneficio de los valorizadores que los transforman en “parques temáticos”, amueblados con toda suerte de lindas barandillas de madera y señalizados
ad nauseam con profusión de balizas y letreritos indicadores que nos privan del providencial encuentro con los clásicos hitos, esos mojones de piedras amontonadas que constituyen el lenguaje universal de los caminos. En la mayoría de estos senderos también se ha perdido la antigua costumbre del saludo, pues nunca se ha visto que las multitudes tengan necesidad de darse los buenos días.

Con un notable sentido anticipatorio, Thoreau advierte en
Walking que “posiblemente llegará el día en el que la tierra se divida en áreas —de recreo, como suelen llamarse— donde sólo unos pocos se recrearán de manera exclusiva pero bien estrecha: el día en el que se multiplicarán las cercas, se inventarán trampas de hombres y otros ingenios para confinarlos al camino público, y en el que a caminar sobre la tierra de Dios lo llamarán allanamiento con alevosía del solar de algún caballero”.

Otra de las grandes contradicciones del senderismo postindustrial proviene de su estrecha alianza con el automóvil. Por lo general, la legión senderista se nutre de urbanitas que buscan un espacio abierto donde aliviar el agobio que producen las grandes ciudades. Pero estas han devorado tanto campo en derredor, que resulta impensable hoy comenzar una excursión en la misma puerta de casa. De manera que, para satisfacer la atávica llamada del bipedalismo primigenio, al urbanita no le queda otro remedio que embarcarse en un automóvil y conducirlo a lo largo de cientos de kilómetros hasta llegar a alguno de los grandes espacios descritos en los catálogos de “propuestas para el ocio”. Terminada la andadura, habrá que ponerse de nuevo al volante del vehículo y rodar otros tantos cientos de kilómetros para regresar a casa.

Reconociendo estas realidades de nuestra época no se pretende sentar plaza de aguafiestas, sino poner los pies sobre la tierra, primera obligación del buen caminante. Con ellos bien asentados, podremos emprender la tarea de vivir el presente. Y una buena manera de hacerlo es defendiendo la libertad y la alegría de andar.

Libertad es una hermosa palabra que, por suerte o desgracia, puede interpretarse en muchos y sesgados sentidos. Si los devotos de Friedrich Hayek tuvieran un verdadero espíritu andariego, comprobarían cómo la cacareada libertad de comercio convierte a los caminos en auténticos senderos de servidumbre. El afán valorizador acaba privatizándolos, y en más de una de estas veredillas se pueden ver carteles con la conminatoria instrucción de “no circular fuera del sendero”. Así, lo que fueron cauces de energía vital se transforman en vías urbanizadas donde la libertad no se engrandece, sino se cercena. Queda reducida a esa clase de libertad que “disfrutan” esos pobres pájaros, ratones o reptiles confinados a vivir encerrados en jaulas domésticas en las que no faltan trampolines, norias y otros jueguecitos de la señorita Pepis.

Si alguna libertad le queda al ser humano en una época en la que ya es difícil gozar contemplando estrellas —la trayectoria de los satélites artificiales perturba la observación—, ésa es la libertad de andar. Y de hacerlo sin prisas, sin agobios, pues la alegría de andar es uno de los muchos gozos que nos ha arrebatado ese modo de vida industrial dominado por la obsesión de la prisa.


En su discurso de ingreso en la Academia de la Lengua, Miguel Delibes, escritor que dejó este mundo hace poco, llamó la atención sobre una de las características que definen la cultura del siglo XX, en el sentido de que “los pies ya no sirven, dentro de ese mundo que hemos dado en llamar civilizado, para desplazarse, sino para acelerar y desembragar. El hombre del siglo XX ha perdido la alegría de andar. Malgasta así, no sólo las riquezas naturales comunes, sino su dinero y su salud”.

Si nos proponemos caminar en serio, emprendiendo rutas de varios días, podremos obtener una notable ganancia de autonomía respecto a los engranajes de un sistema económico engañoso. El viejo Epicuro nos enseñó que la autosuficiencia es un gran bien, y no para que siempre nos conformemos con poco, sino para que nos basten pocas cosas, pues “todo lo natural es fácil de alcanzar y, al contrario, difícil de obtener cuanto es innecesario”. Pongamos un ejemplo: el trabajo realizado al pasar esta página puede estimarse en unos 10-3 julios; el realizado por el corazón humano en cada latido equivale a 0,5 J; el consumo medio diario de energía en forma de alimentos de un ser humano adulto es del orden de 107 J; y la energía liberada al quemar un litro de gasolina equivale a 3 x 107 J.

En otras palabras, una persona puede andar un día entero con la energía que le proporcionan un pedazo de pan y un puñado de nueces, mientras que un automóvil gasta en una hora varios litros de un combustible que necesitó millones de años para acumularse a partir de la energía solar. Como se comienza a admitir por fin, este planeta no cuenta con reservas de energía para satisfacer las exigencias del despilfarro económicamente correcto.

En Walden, Thoreau cuenta que un conocido le espetó: “Me sorprende que no ahorres dinero; te encanta viajar; deberías coger el coche e ir hoy a Fitchburg y ver el país”. En una muestra del más perfecto análisis económico alternativo, el tío Henry desmontó el argumento: “He aprendido que el viajero más rápido es el que va a pie. Le digo a mi amigo: supón que probamos quién llegará allí primero. La distancia es de treinta millas; el billete cuesta noventa centavos. Es casi la paga de un día. Recuerdo que las pagas eran de sesenta centavos por día para los trabajadores de esta misma carretera. Bien, yo parto ahora a pie y llego allí antes que anochezca; he viajado a ese paso toda la semana. Entretanto, tú habrás sacado tu billete y llegarás allí mañana a cierta hora, o posiblemente esta tarde, si tienes la suerte de conseguir un trabajo a tiempo. En lugar de ir a Fitchburg, estarás trabajando aquí la mayor parte del día.”

Caminar, en fin, es algo más que hacer deporte, término con el que denominaban los marineros romanos a los juegos con que entretenían el ocio cuando su nave estaba atracada en el puerto (
de portum). “El caminar del que hablo —dice Thoreau— no tiene nada que ver con eso que se llama hacer ejercicio, sino que es la empresa y la aventura del día. Si quieres ejercicio, sal a buscar las fuentes de la vida.”

Busca esas fuentes vitales no el que camina más deprisa, sino aquél que sigue el ritmo que le marca el tambor interno de la conciencia.
Nosce te ipsum. Conócete a ti mismo, comenzando por “re-conocer” que también los humanos somos producto de la naturaleza y que sólo reconciliándonos con ella podemos alcanzar la paz. Cuando uno sigue el curso natural de una vida con principios, se convierte en un saunterer. Una profesión cuyo sentido aprenderéis leyendo con atención esas sublimes e intructivas lecciones sobre el arte de caminar que escribió para nosotros el tío Henry.


Hasta aquí, mi prólogo a El Arte de Caminar: Walking, un manifiesto inspirador, libro que, en edición de Antonio Casado Da Rocha, contiene una nueva traducción, ilustrada y profusamente anotada, de Walking (Caminando), el mítico ensayo sobre el arte de caminar y la naturaleza salvaje.




Henry D. Thoreau está considerado uno de los padres fundadores de la literatura estadounidense y un pionero de la ecología y de la ética ambientalista. Escritor, filósofo anarquista y naturalista, se le conoce en todo el mundo por su obra
Walden (1854) y su tratado La desobediencia civil (1866). En Walking, Thoreau sostiene que emprender caminatas con frecuencia es algo esencial para mantener una relación saludable con uno mismo y con el planeta.

El caminar del que nos habla Thoreau no es una simple forma de ejercicio, sino “la empresa y la aventura del día”. Su relato es una provocadora excursión por el ecologismo más asilvestrado, además de un manifiesto geopoético que ha ejercido una profunda influencia en el arte y la cultura norteamericana. Mediante una cuidada selección de fragmentos, esta edición sitúa a Walking en ese contexto mayor que es la reflexión de Thoreau sobre el arte de caminar, la salud y la vida natural, temas que pueden encontrarse en toda su obra, pero especialmente en su monumental diario y en la correspondencia con sus familiares y amigos. De lo local a lo global, del siglo XIX al presente, este libro invita a la reflexión sobre nuestros hábitos de ocio y descanso, y sobre nuestra relación con el cuerpo, el paisaje y la biosfera.