viernes, 29 de octubre de 2010

Marcelino



«Hay hombres que luchan un día y son buenos, otros luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos, pero están los que luchan toda la vida, y esos son los imprescindibles». Marcelino Camacho Abad ha sido uno de ellos.


30 de noviembre de 1975: Marcelino Camacho, junto a su mujer Josefina, hablando por teléfono tras salir de prisión con motivo del indulto por la proclamación de Juan Carlos I como Rey de España. | EFE/Archivo


Por una ley natural, que no es la del mercado sino la de la vida, Marcelino Camacho Abad (Osma La Rasa, Soria, 1918) ha llegado al final de la suya a los 92 años cumplidos. No es menester esforzarse en dar cuenta aquí de la biografía, ampliamente detallada en la prensa de la fecha, de un hombre que forma parte de la historia reciente de este país.

Sólo me detendré en un detalle, relatado en una de las últimas entrevistas que le hicieron a Marcelino Camacho, un par de años atrás: "Sigue donde siempre: en Carabanchel, en un piso de 60 metros que compró hace 58 años por 173.000 pesetas, con su esposa y compañera inseparable, Josefina Samper. Viste, como siempre, la ropa que ella le teje, jersey, pantalón: todo."

Así vivía en sus últimos años Marcelino Camacho, considerado el padre del sindicalismo moderno español, hasta que hace un año, forzado por la necesidad –estaba enfermo, iba en silla de ruedas y la vivienda no tenía ascensor– hubo de abandonar su piso de toda la vida para irse a vivir cerca de una hija.

Esta austeridad ejemplar no es nada frecuente entre nuestra actual clase política. No es que yo defienda un socialismo de alpargata, ni mucho menos: el progreso y sus bienes están para ser disfrutados. Pero, en tanto subsista la desigualdad, uno no debiera vivir derrochando a espuertas mientras hay mucha gente de su misma clase viviendo en la más absoluta precariedad. Vivir así era, para Marcelino, la forma de ser coherente con su lema: "Ni nos domaron, ni nos doblaron ni nos van a domesticar".


«Hay hombres que luchan un día y son buenos, otros luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos, pero están los que luchan toda la vida, y esos son los imprescindibles». Con esta frase de Bertold Brecht el cantante Silvio Rodríguez encabezó con ella su canción Sueño con serpientes.

Marcelino Camacho forma parte de la historia reciente de este país. En concreto, de ese período de lucha por las libertades y la justicia social en el que participaron millares de españoles que, alentados por líderes como este tenaz luchador soriano, consiguieron establecer ciertas garantías mínimas de contratación laboral y de protección social para el conjunto de la población. Aunque en aquellos momentos yo estaba afiliado al otro sindicato histórico, y llegó a haber cierta rivalidad entre organizaciones, Marcelino Camacho forma parte de mi pequeña historia personal y de la de otros muchos. Tantos, que no podemos conocemos todos, pero que nos identificamos con los ideales alentados por Marcelino hasta el final de su vida. Tantos que, para despedir al hombre ejemplar, tuvimos que hacer cola a la entrada de la capilla ardiente –se dice así también en los actos laicos– donde estaba expuesto el luchador, ya de cuerpo presente
.

El hombre duerme hoy el sueño eterno mientras muchos de los que aquí quedamos seguimos soñando con serpientes cada noche. Con serpientes engordadas en las turbias aguas de los pantanos financieros. Peligrosas alimañas que se deslizan en el interior de las instituciones y se enroscan en los pilares de la protección social tratando de quebrarlos. Algunas de esas serpientes no tuvieron el menor empacho en presentarse en el velatorio para hacerse una foto ante el féretro. Es necesario despertar del sueño, romper con esa pesadilla, y dar caza a las serpientes antes de que ellas, y quienes las alimentan, consigan sus propósitos.



jueves, 21 de octubre de 2010

Desobediencia: si nosotros no nos dejamos, ellos no gobiernan


"Ciudadanos, como premio a vuestro sacrificio laboral, os garantizamos, bajo contrato político, que, una vez superada la actual crisis, la riqueza se repartirá con equidad". Esa sería una buena fórmula para implicar a una sociedad desmoralizada en la reconstrucción del país. Pero, a cambio de nuestro sacrificio, lo único que nos ofrecen los gobernantes es restablecer el equilibrio del sistema y dejarlo en la misma situación de injusticia y desigualdad en el que estaba antes de la crisis. En tales condiciones, a la ciudadanía quizá le convenga emprender el camino de la desobediencia.


En la voz, "desobediencia", el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua dice que es: "Acción y efecto de desobedecer, es decir, no hacer uno lo que se le ordena desde una instancia superior". En los últimos tiempos, los gobernantes nos están ordenando que obedezcamos a "los mercados". Cuyos portavoces nos vienen a decir lindezas tales como: "trabajad más, con salarios más bajos, y hacedlo hasta bien entrada vuestra vejez". Sólo una nación de locos podría obedecer tales consignas. Por lo tanto, la respuesta más sensata por parte de la ciudadanía debería ser, de entrada, desobedecer esas consignas. Es una cuestión de supervivencia.


La desobediencia civil es una forma de protesta que se sustancia en la negativa, por métodos pacíficos, a cumplir una disposición legal.

❒ La doctrina jurídica más aceptada considera que alguien comete un acto de desobediencia civil: «si, y sólo si, actúa de manera ilegal, pública, sin violencia y conscientemente, con la intención de frustrar las leyes, políticas o decisiones de un gobierno». Esta definición se ajusta a la doctrina expuesta por el norteamericano John Rawls en su Theory of Justice. La desobediencia civil se diferencia de otras formas legítimas de resistencia en el carácter expresamente no violento de sus acciones.

La desobediencia civil se inspira en la acción del ciudadano estadounidense H. D. Thoreau, que en 1846 fue encarcelado en su ciudad natal de Concord (Massachusetts) por negarse a pagar impuestos. La razón que adujo para negar su colaboración financiera al Estado fue la de no estar dispuesto a sostener a un gobierno que mantenía la esclavitud y una guerra injusta, como la que en ese momento los Estados Unidos habían declarado a México. Thoreau resumió su doctrina en un manifiesto titulado Sobre el deber de la desobediencia civil.

En 1896, Mohandas K. Gandhi, preso en una cárcel de Sudáfrica, releyó el libro de Thoreau y decidió adoptar los principios de la desobediencia civil en sus campañas de lucha por los derechos civiles y, finalmente, en el movimiento de independencia de la India. Destacados activistas, como el filósofo Bertrand Russell o el líder de color Martin Luther King, han propugnado esta forma de protesta. En España, la desobediencia civil ha sido practicada con especial intensidad por el movimiento de insumisión al servicio militar obligatorio.

La desobediencia social es la propuesta de los partidarios de impugnar la norma primordial que, aun no escrita, está en la base de la legitimidad del Estado y del Orden Establecido: “es necesario obedecer las normas”. Propugnada desde el Movimiento de los Desobedientes italiano, se pretende superar la desobediencia civil entendida como una práctica «protegida», encerrada en el marco de la doctrina liberal.

❒ Según este nuevo punto de vista, la desobediencia civil tradicional consistiría fundamentalmente en la confrontación con una ley o una autoridad pública que se considera en contradicción con una ley o norma de rango superior. Se trataría, por lo tanto, de un tipo de desobediencia limitada, condenada a ser recuperada por un orden normativo que quedaría siempre en alguna medida reforzado.

Frente a ello, la desobediencia social cobra el carácter de un tipo de subversión radical, no recuperable para el sistema normativo establecido, por cuanto lo desborda, poniendo en tela de juicio la propia legitimidad del dominio y del mando estatales.

En este sentido, es recomendable ver esta parodia del film Der Untergang mostrando el mundo después de la victoria del pueblo. El mensaje es sencillo: Si nosotros no nos dejamos gobernar, ellos no gobiernan nada. Apresúrense a verlo, antes de que la retiren, en el siguiente enlace

lunes, 18 de octubre de 2010

Premio 2010 de ecología para un mexicano

Existe un premio tipo "Nobel" de Ecología. El Premio Ambiental Goldman, que este año lo ha ganado Jesús León Santos, de 42 años, un campesino indígena mexicano que ha estado realizando, en los últimos 25 años, un excepcional trabajo de reforestación en su región de Oaxaca, México.


El premio ambiental Goldman fue creado, en 1990, por dos generosos filántropos y activistas cívicos estadounidenses, Richard N. Goldman y su esposa Rhoda H. Goldman. Consta de una dotación de 150.000 USD y se entrega cada año, en el mes de abril, en la ciudad de San Francisco, California (Estados Unidos).

Hasta ahora ha sido otorgado a defensores del medioambiente de 72 países. En 1991, lo ganó la africana Wangari Maathai, quien luego obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 2004.

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A Jesús León Santos se lo han dado porque, cuando tenía 18 años, decidió cambiar el paisaje donde vivía en la Mixteca alta, la "tierra del sol". Aquello parecía un panorama lunar: campos yermos y polvorientos, desprovistos de arboleda, sin agua y sin frutos. Había que recorrer grandes distancias en busca de agua y de leña. Casi todos los jóvenes emigraban para nunca regresar, huyendo de semejantes páramos y de esa vida tan dura.

Con otros comuneros del lugar, Jesús León se fijó el objetivo de reverdecer los campos. Y decidió recurrir a unas técnicas agrícolas precolombinas que le enseñaron unos indígenas guatemaltecos para convertir tierras áridas en zonas de cultivo y arboladas.

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¿Cómo llevar el proyecto a cabo? Haciendo revivir una herramienta indígena también olvidada: El tequio, el trabajo comunitario no remunerado. Reunió a unas 400 familias de 12 municipios, creó el Centro de Desarrollo Integral Campesino de la Mixteca (Cedicam), y juntos, con recursos económicos limitadísimos, se lanzaron en la gran batalla contra la principal culpable del deterioro: la erosión.

En esa región Mixteca existen más de 50.000 hectáreas que han perdido unos cinco metros de altura de suelo desde el siglo XVI. La cría intensiva de cabras, el sobrepastoreo y la industria de producción de cal que estableció la Colonia deterioraron la zona. El uso del arado de hierro y la tala intensiva de árboles contribuyeron definitivamente a la desertificación.

Jesús León y sus amigos impulsaron un programa de reforestación. A pico y pala cavaron zanjas-trincheras para retener el agua de las escasas lluvias, sembraron árboles en pequeños viveros, trajeron abono y plantaron barreras vivas para impedir la huida de la tierra fértil.

Todo eso favoreció la recarga del acuífero. Luego, en un esfuerzo titánico, plantaron alrededor de cuatro millones de árboles de especies nativas, aclimatadas al calor y sobrias en la absorción de agua.

Después se fijaron la meta de conseguir, para las comunidades indígenas y campesinas, la soberanía alimentaria. Desarrollaron un sistema de agricultura sostenible y orgánica, sin uso de pesticidas, gracias al rescate y conservación de las semillas nativas del maíz, cereal originario de esta región. Sembrando sobre todo una variedad muy propia de la zona, el cajete, que es de las más resistentes a la sequía. Se planta entre febrero y marzo, que es allí la época más seca del año, con muy poca humedad en el suelo, pero cuando llegan las lluvias crece rápidamente.

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Al cabo de un cuarto de siglo, el milagro se ha producido. Hoy la Mixteca alta esta restaurada. Ha vuelto a reverdecer. Han surgido manantiales con más agua. Hay árboles y alimentos. Y la gente ya no emigra.

Actualmente, Jesús León y sus amigos luchan contra los transgénicos, y siembran unos 200.000 árboles anuales.

Cada día hacen retroceder la línea de la desertificación. Con la madera de los árboles se ha podido rescatar una actividad artesanal que estaba desapareciendo: la elaboración, en talleres familiares, de yugos de madera y utensilios de uso corriente.


Además, se han enterrado en lugares estratégicos cisternas de ferrocemento, de más de 10.000 litros de capacidad, que también recogen el agua de lluvia para el riego de invernaderos familiares orgánicos.

El ejemplo de Jesús León es ahora imitado por varias comunidades vecinas, que también han creado viveros comunitarios y organizan temporalmente plantaciones masivas.

En un mundo donde las noticias, con frecuencia, son negativas y deprimentes, esta historia ejemplar ha pasado desapercibida.

viernes, 15 de octubre de 2010

Minería: tras el eficaz rescate en Chile ya no hay excusa para salvar a las víctimas de los accidentes futuros

El espectacular rescate llevado a cabo en Chile de los 33 mineros atrapados a 700 metros de profundidad en una mina acabó convertido en un acontecimiento mediático de alcance global. Que las autoridades chilenas, en especial el presidente Piñera, aprovecharon hábilmente para darse autobombo. El rescate ha demostrado la capacidad tecnológica actual para resolver una situación que, en otra época y circunstancias, habría tenido un desenlace fatal. El trabajo subterráneo implica grandes riesgos, y la probabilidad de nuevos accidentes es elevada. Pero, a partir de ahora, ya no habrá excusas para no acudir con estos sofisticados medios en socorro de los accidentados.



Junto a los elevados riesgos inherentes al oficio, el de minero lleva aparejado un halo mítico. Cuando se produce un accidente en este sector, los medios de comunicación muestran las imágenes de esos hombres que, con sus cascos, linternas frontales y rostros tiznados, constituyen un expresivo símbolo de la dureza del trabajo humano en lucha contra los elementos. Mito que se traduce en un folklore específico que en España está representado por el cante de las minas, alcanzando una elevada expresión emocional en la taranta cantada en las minas jiennenses y levantinas, o en la estremecedora canción asturiana En el pozo María Luisa.

En la mina de cobre San José, en la región de Copiapó, el derrumbe de una galería mal entibada dejó a 33 hombres atrapados a 700 metros de profundidad. El despliegue de medios utilizados para localizarlos,mantenerlos con vida y rescatarlos al cabo de 69 días, han sido espectaculares por partida doble.

Pues, si espectacular ha sido la precisión de la tecnología de perforación utilizada, la operación en sí ha constituido un gran espectáculo mediático. Miles de cámaras fotográficas y de televisión desplegadas en la bocamina convirtieron el rescate en un acontecimiento de alcance global. Espectáculo que tuvo sus vicios, como el del residente Sebastián Piñera, —un tiburón de las finanzas al que la revista Forbes le atribuye una fortuna de 2.200 millones de dólares— chupando cámara como si fuera el salvador, y sus virtudes, pues, sin tanta atención mediática es posible que el accidente hubiera acabado en uno más de los dramas que ocurren en la minería en todo el mundo.

Por un cúmulo de razones, el accidente de Copiapó, ha puesto de relieve la elevada capacidad tecnológica existente en la actualidad para resolver una situación que, en otra época y circunstancias, habría tenido un desenlace fatal. A a partir de ahora, ya no habrá excusas para no acudir con estos sofisticados medios en socorro de las víctimas de los previsibles accidentes futuros en la minería

Mineros: símbolo de lucha contra la injusticia

Símbolo de la lucha contra los elementos, los mineros simbolizan todavía otro tipo de lucha: la de los trabajadores contra la injusticia. En un panorama laboral como el de hoy, donde la patronal ha conseguido notables avances en la ruptura de la solidaridad obrera, el trabajo en la mina sigue uniendo a los hombres. En España, cuando el sector minero era uno de los principales factores de riqueza en Asturias, cada accidente en un pozo iba seguido por un paro generalizado en el resto de las minas. Durante la dictadura, el sindicalismo comenzó a resurgir organizándose en la oscuridad de las galerías, donde los ‘sociales', la policía política franquista, tenían mayores dificultades para espiar.

En Chile, ni la patronal ni los gobiernos pueden estar orgullosos del estado lamentable en que se encuentran las instalaciones mineras en un país que ocupa el tercer lugar del mundo en accidentes mortales en el sector. Y en la historia chilena, la minería constituye uno de sus capítulos más amargos.

A comienzos del siglo XX, la situación de los obreros de la minería del salitre en el Norte Grande chileno era atroz. Recibían bajos salarios y se les pagaba con fichas sólo canjeables por bienes en las "pulperías" que pertenecían a los dueños de la mina. Cualquier protesta era ferozmente reprimida, a menudo causando masacres como en Atacama, Antofagasta y San Gregorio.

La matanza más sangrienta tuvo lugar en Iquique, donde los obreros se habían concentrado, en diciembre de 1907, en un masivo despliegue para exigir mejoras en sus condiciones de trabajo: eliminación de fichas, jornales a tipo de cambio fijo, control de los pesos y medidas de las pulperías, escuelas para los obreros. El gobierno adoptó una política represiva, enviando más hombres para reforzar a los regimientos de la zona, a la que llegó el día 19, en el crucero Zenteno, el general Roberto Silva Renard.

El intendente suspendió las garantías constitucionales y los obreros se refugiaron en la Escuela Santa María de Iquique. El 21 de diciembre, las ametralladoras se apostaron frente a ella y Silva ordenó disparar contra los huelguistas. En aquella aciaga jornada murieron más de 2.000 obreros.

El número exacto de víctimas que dejó la acción nunca fue aclarado. El informe oficial del general Silva habló de 195 muertos, cifra considerada irreal, dada la cantidad de obreros que se hallaban en el lugar. El gobierno de la época ordenó no expedir certificados de defunción de los fallecidos, enterrándolos a todos en una fosa común en el cementerio de la ciudad. La leyenda habla de 3.600 muertos, aunque la cifra más aceptada entre los investigadores se sitúa en torno a las 2.200 víctimas. En 1940 se exhumaron sus restos, siendo enterrados nuevamente, esta vez en el patio del Servicio Médico Legal de Iquique.

El 21 de diciembre del 2007, al cumplirse el centenario de la matanza, el gobierno de la presidenta Michelle Bachelet decretó duelo nacional. Los restos fueron exhumados de nuevo para ser definitivamente depositados en un monumento erigido en memoria de las víctimas en el lugar del crimen.


sábado, 2 de octubre de 2010

"Contadme hoy"


En el post anterior se hacía referencia a quienes la precariedad o el desempleo impiden ejercer el derecho a la huelga. La escritora y colaboradora del periódico Diagonal, María Ángeles Maeso, añade un nuevo capítulo a su ya largo inventario de ciudadanos invisibles. Mejor dicho, de personas invisibles, porque, en una cultura nucleada en torno a la centralidad del trabajo, la precariedad laboral o el desempleo eliminan, de facto, la condición de ciudadanía.



Con permiso de la autora, pese a que todavía no se lo he pedido, reproduzco aquí su personal y desgarradora visión de Los invisibles de la huelga.


"Tened presente el hambre" Miguel Hernández.


Yo, Precario Sanz, sucesivamente despedido y contratado con menos derechos cada vez, también he parado, contadme. El rotundo silencio de este amanecer se ha hecho también con el mío, pero nadie lo habrá contado.

Yo, Subcontratada Sánchez, peonza de todos los caminos de cuya nómina sorben todos los pistoleros, también he hecho este silencio, pero nadie lo habrá contado.

Yo, Itinerante Ruiz, nómada por doce horas subterráneas, electricista o profesor por cuatro, también he hecho este silencio, pero nadie lo habrá contado.

Yo, Temporera Pérez, que concentro en contratos de dos horas la tarea que debe hacerse en ocho, también he hecho este silencio, pero nadie lo habrá contado.

Yo, Autónomo Gutiérrez, dueño único de mi hambre, también he hecho este silencio, pero nadie lo habrá contado.

Yo, Mínima Bermúdez, mínima seiscientas treinta y tres veces, con treinta céntimos, trabajadora agrícola por todo el día, también he hecho este silencio, pero nadie lo habrá contado.

Yo, Subsidiario González, perceptor de una Beneficencia decimonónica de 420 euros, también he hecho este silencio, pero nadie lo habrá contado.

Yo, Becaria Rodríguez, experta en todas las incertidumbres, también he hecho este silencio, pero nadie lo habrá contado.

Yo, Embargado Rupérez, aplastado por una hipoteca, imposibilitado para el descuento de una jornada de huelga, también he hecho este silencio, pero nadie lo habrá contado.

Yo, Simpapeles García, asistenta que no consta en lugar alguno de trabajo, también he hecho este silencio, pero nadie lo habrá contado.

Yo, Parcial Fernández, expulsado de toda protección social, supérstite humano gracias a contribuciones en especie, también he hecho este silencio, pero nadie lo habrá contado.

Contadme, el sol, que sale para todos, hoy ha hablado más claro, gracias al rotundo silencio de este amanecer, que también se ha hecho con el mío. Contadme hoy, 29 de septiembre de 2010.