viernes, 27 de mayo de 2016

Comprad mis libros, por favor, ma non troppo

Toda persona tiene derecho a perseguir sus sueños, pero, si el soñador vive en España y ha llegado a la edad provecta, deberá tentarse la ropa antes de publicarlos. Pues, cuando el espíritu de la idiotez gobierna la maquinaria del Estado, puede conducirle a la más absoluta miseria al privarle de la pensión de jubilación si el rendimiento de su actividad como escritor supera un modesto límite. 


Desde que tengo uso de razón, siempre he considerado un deber ético contribuir, desde mis modestas posibilidades, a dejar el entorno que me rodea un poco más limpio y ordenado que como lo encontré. Guiado por ese propósito, siempre he mantenido un activismo social, desde el sindicalismo de base a la participación de distintos movimientos cívicos. Intentar reducir la injusticia, la desigualdad, la falta de libertades, la miseria social y el miserabilismo de la acción política es una aspiración legítima de toda persona con capacidad de imaginar un mundo mejor. I have a dream.

En este sentido, también me he tomado el trabajo de defender por escrito ciertas ideas de progreso. Desde la desobediencia civil al ingreso garantizado. Actividad que, por definición, le convierte a uno en escritor. Oficio sobre cuyas penalidades decía Virginia Woolf: "[...] acentuando todas esas dificultades y haciéndolas más insoportables, está la indiferencia notoria del mundo. El mundo no pide a las personas que escriban poemas y novelas; no los precisa [...]". Tampoco ensayos, añado yo.

Siendo poco proclive al victimismo, nada tengo que reprochar a esta indiferencia del mundo, si bien en alguno de los barrios del planeta las dificultades se agudizan: Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta. Porque no escribe uno siquiera para los suyos. ¿Quiénes son los suyos? ¿Quién oye aquí? ¿Son las academias, son los círculos literarios, son los corrillos noticieros de la Puerta del Sol, son las mesas de los cafés, son las divisiones expedicionarias, son las pandillas de Gómez, son los que despojan, o son los despojados? Retrato triste del oficio en Horas de invierno, artículo de Mariano José de Larra, una de la plumas más brillantes que ha dado el país.

Escribir en Madrid, cuando guardas tu independencia y no te has dejado marcar por el hierro de alguna ganadería concreta, complica aún más las cosas. Por lo que, en el mejor de los casos, se acaba siendo un escritor a tiempo parcial, pues son muy pocos los que pueden vivir en exclusiva de este oficio.

Pues bien, si habiendo aceptado todos esos inconvenientes te haces viejo en el empeño y, llegado ante las puertas de la senectud, pretendes seguir las pautas del "envejecimiento activo", ahora será la Administración la que, hablando mal y pronto, se encargará de joderte vivo. Ya que actuará como implacable ejecutora de una serie de leyes dictadas por la más absoluta imbecilidad.

Según la normativa actual, cualquier profesional del mundo de la cultura que cumpla más de 65 años y quiera continuar con su actividad tiene dos opciones: o renuncia a su pensión, o descarta cobrar por sus cursos, artículos, conferencias y derechos de autor si el importe es superior al salario mínimo interprofesional, uno de los más bajos de Europa: alrededor de 9.000 euros al año. Un caso concreto es el de Javier Reverte, condenado a pagar una multa de más de 121.600 euros. José Manuel Caballero Bonald o el premio Cervantes Antonio Gamoneda son algunos de los autores que fueron penalizados por cobrar sus derechos de autor y otras actividades cuando ya eran pensionistas.

Es decir, que la ley contempla que una persona pueda compatibilizar su pensión con la obtención de pingües ingresos procedentes de la especulación en bolsa, del alquiler de inmuebles o de la cosecha de aceitunas. (En este caso concreto, si te la cosechan otros, porque lo que la norma te prohibe es trabajar, no la titularidad del cortijo y su rendimiento). Lo que la ley de los imbéciles penaliza, si eres pensionista, es la creación escrita y la percepción de los consiguientes derechos de autoría. 

Todo esto viene a confirmar que "los imbéciles causan más daños que los malvados", según el corolario que se desprende de 'Las leyes fundamentales de la estupidez humana', enumeradas por Carlo M. Cipolla en su libro Allegro ma non troppo (Crítica, Barcelona, 1992). El presidente del Congreso de los Diputados, Patxi López, reconoció que no sólo es "cruel" sino también "idiota" hacer elegir a los autores entre cobrar la pensión o seguir creando, tal y como les obliga la reformada ley de Pensiones.

En esta tesitura, espero que comprendan el dilema que se le plantea a este humilde escribidor: por un lado, es legítimo que aspire a que el público compre mis libros; por otro, he de evitar que no se disparen las ventas para evitar sobrepasar el cicatero límite más allá del cual sería sancionado por la Administración con multa y pérdida de mi magra pensión de jubilado.

Por cierto, en el más reciente de mis libros, dedicado a la defensa y explicación del concepto de Renta Básica Universal, se analiza y desbarata ese tópico que, sin fundamento alguno, sostiene que "con una renta garantizada la gente no trabajaría". Pues bien, e
l hecho de que algunos individuos, pese a disfrutar del derecho a recibir una renta mensual vitalicia de jubilación, nos empeñemos en seguir escribiendo libros constituye una excelente refutación de ese prejuicio. 

Termino. Henry David Thoreau, filósofo de lo cotidiano y pionero de la desobediencia civil, se asignó a sí mismo el poético cargo de "inspector de caminos". Siguiendo su estela, además de recorrer los senderos de la Tierra siempre que puedo, para quitar hierro y solemnidad a mi ridículum vitae, hace tiempo que me permití asignarme el oficio de inventor de libros. ¿Acaso un libro no es un pequeño invento de la razón? Al menos, eso se dice del método oral puro para enseñar a hablar, leer y escribir a los sordomudos, "inventado por fray Pedro Ponce de León", según reza la placa de la estatua erigida en su memoria en el madrileño parque de El Retiro. 

Y precisamente en la Feria del Libro, que anualmente convoca a los lectores en este parque madrileño, me encontraréis mañana, sábado 28, dispuesto a cumplir, si la ocasión se tercia, con la clásica liturgia que se indica más abajo. Eso sí, os ruego contención en el gasto.

Comprad mis libros, por favor, ma non troppo.
 








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