domingo, 1 de mayo de 2016

Primero de Mayo 2016: preguntas de un obrero ante un libro


El Trabajo, como valor abstracto, ha sido exaltado hasta la náusea, pero la historia jamás recuerda a quienes cargan con las penalidades de su ejecución. ¿Alguien ha visto en las pirámides de Egipto alguna placa con unas breves palabras de gratitud hacia los miles de plebeyos y esclavos que acarrearon, tallaron y asentaron las inmensas moles de piedra de su fábrica?

En 1883 se abrió una singular carretera para comunicar León con Asturias a través del desfiladero de los Beyos. Está considerada una de las más importantes obras civiles de la época, sobre todo por el audaz trazado que sigue la angosta garganta excavada durante siglos por las aguas del río Sella en el calcáreo de los Picos de Europa. Paul Labrouche, uno de los pioneros en la exploración del macizo, dedicó a la obra un encendido elogio que ha sido grabado en una lápida colocada en el puente de la Güera: "El desfiladero del Sella es mucho más escarpado que los demás desfiladeros célebres. Pierre Lys et Saint-Georges en los Pirineos del Ande; El Fier, en Saboya; y la Vía Mala en los Grisones; el Chiffa, en el Atlas; la Grieta de Khakoneta, en el valle de Soul, y la calle del Infierno, en Lys, sólo pueden dar, en muy pequeño, la imagen de la entalladura fantástica en que los ingenieros de Castilla lograron hacer pasar una carretera".

Admirable, sin duda, es el trabajo de los ingenieros, esos "operarios rudos de la ciencia", como los califica el científico James Lovelock, autor de la hipótesis Gaia. Pero de poco valdría el ingenio de no haber gente dispuesta a poner manos a la obra. Fueron los robustos picadores, los aguerridos barrenistas, los hábiles canteros y los sufridos peones quienes, trabajando en condiciones de extrema dureza y peligrosidad no siempre bien pagadas, lograron abrir paso al tráfico rodado por la angostura de los Beyos. Cabe, pues, pedir algunas aclaraciones a los redactores de la Historia Oficial del Trabajo, y lo haremos con el poema a través del cual Bertold Brecht pone voz a las observaciones de un obrero.


              PREGUNTAS DE UN OBRERO ANTE UN LIBRO
 
Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quién la construyó?
En los libros figuran los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió a contruir otras tantas? ¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los obreros que la construyeron?
La noche en que fue terminada la Muralla china,
¿adónde fueron los albañiles? Roma la Grande
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes triunfaron los Césares? Bizancio, tan cantada,
¿tenía sólo palacios para sus habitantes?

 Hasta en la fabulosa Atlántida, la noche en que el mar se la tragaba, los habitantes clamaban pidiendo ayuda a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él sólo?
César venció a los galos.
¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?
Felipe II lloró al hundirse
su flota. ¿No lloró nadie más?
Federico II ganó la Guerra de los Siete Años.
¿Quién la ganó, además?
Una victoria en cada página.
¿Quién cocinaba los banquetes de la victoria?
Un gran hombre cada diez años.
¿Quién paga sus gastos?

Una pregunta para cada historia.

                       
Sin placas que guarden memoria de sus hazañas, sin otros héroes que los esforzados Estajanov de la extinta Unión Soviética, los sufridos obreros no han tenido el privilegio de que sus nombres individuales figuren en los libros. Pero, al menos, al cabo de siglos de esclavitud y servidumbres medievales, aquéllos que no tienen otra forma de ganarse el sustento que el trabajo de sus manos, conquistaron el derecho a recibir un salario y una regulación de la jornada laboral y los tiempos de descanso


Todo eso se está perdiendo hoy. ¿Por qué han cesado las luchas del movimiento de los trabajadores, ya sean obreros o de cuello blanco?

Otra nueva pregunta para la historia.


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